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CAMINO
ALTERNO

  • Foto del escritorFernando Vega

México: 19 de septiembre

Actualizado: 10 feb 2023

La casa que era defensa contra la noche y el frío

la violencia de la intemperie,

el desamor, el hambre y la sed,

se reduce a cadalso y tumba.

Quien sobrevive queda prisionero

en la arena o la malla de la honda asfixia.

José Emilio Pacheco


No sé por qué, pero me da la impresión que el cielo se parece a mi papá: ronca y ronca. Ni siquiera está lloviendo. Escucho los descomunales truenos que descienden a la tierra para hacernos la visita y dejarnos temblorosos hasta lo más profundo de los pensamientos. Así se la pasa Cuernavaca, Morelos. La ciudad de la eterna primavera.

Sin embargo, el martes diecinueve de septiembre del 2017 fue distinto. Entre los lugares más afectados por el sismo que sacudió a México está su capital y los Estados de Puebla y Morelos. ¡Y precisamente me tenía que encontrar en uno de ellos!

En el momento del temblor me encontraba en casa, en un segundo piso. La desesperación que invadió mi cuerpo en ese momento fue inimaginable para mí, tanto así que lo primero que hice fue correr hacia el balcón, ¿por qué? No tengo idea. Conforme pasaban los segundos, sentí que la casa se movía, como si estuviera bailando, y fue en ese momento cuando decidí afrontar el terrible miedo que me producía bajar por la escalera, salir por la sala y ponerme a salvo, aunque pensara que esa misma escalera sería la primera en caerse. Cuando lo logré, no sabía qué temblaba más, si la tierra o mi cuerpo. Vi el agua de la piscina moverse inquieta hasta saltar como si fuesen olas del mar. Después del temblor lo peor que me sucedió fue quedar incomunicado con mi familia en Colombia por varias horas.
Esa misma noche decidí viajar junto a mis amigos y una brigada de rescate de la Universidad a Jojutla, uno de los municipios más afectados del Estado. Dolor o sufrimiento no son palabras adecuadas para describir la realidad que se está afrontando en este municipio.
Escombros propagados por todas partes, la gente tratando de recuperar de sus casas lo poco que les queda. Pero, por otro lado, miles de personas intentando ayudar, entregando víveres, agua, medicamentos. Son cientos de familias las que han resultado afectadas por el terremoto.
Mientras viajábamos hacia el pueblo, uno de mis compañeros mexicanos comentaba: “minutos antes del terremoto, algunos colegios realizaban simulacros de evacuación, para conmemorar el sismo del ‘85. Los estudiantes tenían claro qué hacer en ese momento y quizás eso les salvó la vida a muchos. Sin embargo, el desastre ha sido incalculable”.
¿Un terremoto igual de aterrador también un 19 de septiembre? ¡Tal vez peor! ¿Por qué semejante coincidencia?, ¿quería la tierra conmemorar semejante suceso?
Al día siguiente camino por el pueblo. Por todos lados uno encuentra gente dispuesta a ayudar; desde los servicios de socorro, bomberos, policías, médicos, estudiantes, hasta el Presidente de México. Por todas partes ofrecen comida ¡es increíble! Tortas de jamón, tacos, agua, ¡hasta ceviche!
En la entrada de una casa hay una señora de avanzada edad junto a su esposo; dialogo con ellos, y la señora me dice que lo sucedido “fue como el fin del mundo”. Me invita a pasar a su casa para que mire cómo quedó. El llanto se apodera de ella, su única esperanza es un hijo que tienen en Estados Unidos, con el cual han tratado de comunicarse, sin éxito alguno.
En el pueblo puede verse la fragilidad del alma humana. Nada de elitismos, de clases, de razas, simplemente la gente caminando dispuesta a ayudar. Adi Hernández, uno de los jóvenes brigadistas, describe su experiencia de la siguiente manera: “la situación se ve muy crítica. Me da tristeza ver a Morelos en esta situación. Nunca habíamos enfrentado tanta devastación, tanta pérdida humana, material y cultural, pero veo un pueblo unido. Me da mucha alegría ver cómo el pueblo se ha solidarizado con esta gente. Ha sido masivo el apoyo; en los lugares en que yo fui, incluso decían «ya no traigas más víveres porque estamos a reventar». Eso me llena de orgullo y gratitud”.
Voy llegando al zócalo; en la esquina no me dejan pasar porque ‘están esperando a que ese edificio se derrumbe’, un edificio de cinco pisos. Doy la vuelta y al llegar al zócalo lo encuentro repleto de gente, casi no hay por dónde caminar. Veo una familia sentada en un muro: una señora de unos cincuenta años, una un poco más joven y varios niños, que llevan ropa bastante deteriorada y están sucios, pero felices porque van a comer algo de lo que les han brindado los brigadistas.
¿Cuánto tardará en reconstruirse el lugar? ¿dónde pasarán la noche las familias que perdieron su casa? ¿tiene capacidad el Gobierno para entregar una nueva vivienda a todas aquellas personas que han quedado sin un lugar donde vivir? ¿Qué tan preparado se encuentra un país como Colombia para enfrentar una situación de este tipo? ¿Qué tanto influye la corrupción de un país como México o Colombia en la preparación y la atención a un desastre como este?
Valdría la pena conocer la opinión de los políticos corruptos. Sin embargo, hay cosas aquí en México que ya lo dejan a uno sin palabras. Que no puedan traer ayuda de otros lugares del país al Estado de Morelos, porque su Gobernador ha ordenado poner a todos los vehículos un mensaje que enuncia: “Si Graco levantó Morelos, también puede levantar al país”, es algo absolutamente detestable. Por ese motivo se han dejado de recibir ayudas importantes. No quiero imaginar qué sucedería en Colombia, donde también estamos llenos de Gracos.
Y si los políticos se convierten en un obstáculo para la entrega de ayuda que provienen de otras fuentes, ¿cómo será a la hora de entregar una casa? Aún hay muchas personas esperando la casa que se les prometió desde el terremoto del ’85, quienes actualmente viven en situaciones precarias. Entonces, ¿qué pueden esperar quienes han sufrido el terremoto de este año?
Al regresar a casa no sé ni qué hacer; me parece que todo tiembla, se mueve la ventana y el corazón se me paraliza. Y si no hay terremotos hay rayos, los escucho caer en el patio de la casa del vecino.
Siento que el cielo ronca y la tierra le responde.
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