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CAMINO
ALTERNO

  • Foto del escritorFernando Vega

El arte y lo sagrado en Ratzinger

Actualizado: 28 nov 2023

La belleza nos conduce a Dios, y Dios a la construcción de un mundo nuevo.



La modernidad se caracteriza por poner la confianza en la ciencia como si a través de esta se pudiera lograr la salvación de la humanidad, así lo deja ver Benedicto XVI en su Encíclica Spe Salve (n. 25). Es muy lógico que en un momento en el que se vislumbraban los inmensos avances que podía traer el progreso a la humanidad, se pusiera la esperanza en la ciencia como medio para superar tantos problemas humanos.

De manera especial Kant plantea la idea de que la razón puede generar una especie de paraíso en la tierra, esto lo señala Benedicto XVI en el número 19 de su encíclica Spe Salvi. La exagerada confianza en la razón, reforzada con la Ilustración, son en cierta medida una forma de aferrarse a algo que le dé esperanza a la persona. El hombre creado por Dios está llamado a vivir en el paraíso, pero cuando no vivimos en Él y desde Él, buscamos sucedáneos de todo tipo que nos ayuden a sostenernos, nos ayuden a mantener la esperanza de vivir en ese paraíso.

En este mismo problema cayó Marx, quien planteó un camino certero para acabar con el sistema de organización política y económica dominante, estaba convencido de que el paraíso podía ser traído al mundo en el que vivimos. Pero, como lo deja ver Ratzinger en su Encíclica Spe Salvi (n. 21), Marx no tuvo la capacidad de descubrir que ese ideal es imposible en la tierra.

Probablemente, como lo evidencia Ratzinger, Marx (Spe Salvi, 21) no tenía el suficiente conocimiento antropológico para descubrir que el ser humano no es perfecto, para darse cuenta que el hombre desde su libertad puede cometer errores siempre nuevos que le hagan oprimir, esclavizar, a otros hombres.

En este sentido, se puede pensar que Marx intentaba dar una respuesta al sufrimiento humano, a la pobreza, a la desigualdad. Y así como él, otros han intentado dar respuesta al desequilibrio generado entre fe y verdad, entre fe y razón. Y otros han intentado dar respuesta al desequilibrio entre libertad y esclavitud-represión. Y han tratado de dar respuesta desde lo que tienen, desde lo que saben.

Sin embargo, estos intentos de respuesta no han sido eficaces. “Si Kant y Hegel hubiesen tenido razón, el avance de la Ilustración habría hecho necesariamente al hombre cada vez más libre, cada vez más racional, cada vez más justo” (2018), pero no ha sucedido así. El mundo en el que vivimos se ha convertido en un lugar de mucho dolor, de mentira, un mundo en el que se impone la cultura de muerte. De forma más concreta, el capital se impone sobre la persona y en orden al dinero se promueven ideologías que destruyen al ser humano en el ámbito de la salud, en el ámbito de la educación, en el ámbito de la naturaleza humana, de la sexualidad.

Aunque hace mucho tiempo que se viene promoviendo el mundo de la razón y el mundo de la técnica, el sufrimiento sigue activo en todos los rincones del mundo; desde los países más empobrecidos, donde hay gente que vive en la miseria, donde hay migrantes, donde hay guerras, hasta los países más ricos, en los que el dolor personal es inmenso, donde la drogadicción es frecuente, donde la soledad y el suicidio son una constante.

En este mundo de dolor, Dios es nuestra principal esperanza. Dios equilibra la libertad y la razón para que puedan servir adecuadamente al ser humano. Como dice Ratzinger (2018):

Hay que trabajar por cambiar el mundo, de continuo: de forma sobria, realista, paciente, humana. Pero existen una pretensión y una pregunta del hombre que van más allá de cuanto puedan lograr la política y la economía. Una pregunta que solo cabe responder a través del Cristo crucificado, a través del hombre en el que nuestro sufrimiento llega a tocar el corazón del Dios, el amor eterno. (p. 20)

En el corazón humano hay dolor, confusión, herida, desconocimiento, esclavitud, soledad, mentira, pero hemos sido creados por Dios y para Dios, así que lo único que necesitamos es que nos demuestren que Dios es la esperanza que necesita nuestro corazón, el agua viva que puede saciar nuestra sed.

Aunque a veces llegar a Dios, convertirse, pasar de repente del ateísmo a la fe, no es fácil. Sin embargo, en este punto creo que cobra mucho sentido la estética, el arte, la belleza.

Heidegger (2004) analizando a Hölderlin, nos revela que los poetas son aquellos que tienen la capacidad de seguir el rastro de los dioses en ese momento en que nos acercamos a la media noche de la historia, a la oscuridad. “Los poetas son aquellos mortales que, cantando con gravedad al dios del vino, sienten el rastro de los dioses huidos, siguen tal rastro y de esta manera señalan a sus hermanos mortales el camino hacia el cambio” (p. 3).

Así que en Hölderlin se entiende también, de manera muy clara, el efecto que puede tener una obra de arte en la persona. Desde el arte, en este caso concreto desde la poesía, podemos seguir las huellas de Dios y, por tanto, reestablecer la verdad, la esperanza y el amor que se han perdido en tantos seres humanos.

Desde esta clave que nos muestra Heidegger es muy clara la idea que presenta de Lubac respecto a la cuestión de la tragedia en la obra de Dostoyevski. Según de Lubac Dostoyevski pudo comprender esa idea de la “muerte de Dios” antes que el mismo Nietzsche. En su obra se representa el ateísmo a través de varios personajes, los cuales terminan en la ruina personal y moral, además se plantea una forma de vida arraigada en la moral, sin la fe, que solo lleva a la desolación. En Dostoyevski se puede ver claramente como una vida sin Dios solo lleva al vacío personal (De Lubac, 2009).

Dostoyevski no era un sacerdote católico, un pastor protestante, era un artista. Era una persona capaz de plantear desde la belleza del arte las realidades más profundas de la persona, del sufrimiento humano y de la sociedad moderna. Adicionalmente, el escritor ruso también tuvo la capacidad de presentar la única solución al ateísmo: dotar nuevamente al hombre de una perspectiva trascendental desde la cual organizar su vida en sociedad y dotar su vida de sentido, algo que pasa por un proceso de interioridad.

Por tanto, podemos reconocer que el arte es una especie de puente que lleva al hombre desde su miseria a lo más profundo de ser, a su interioridad y desde ahí a Dios, no para quedarnos en Dios y hacer tres tiendas, sino para luego trabajar por la construcción de un mundo nuevo. Guardini (2006) nos plantea que, del encuentro con la obra de arte, de la contemplación, surge lo más íntimo del ser:

En ese encuentro emerge también su propio ser, algo de lo que él es no en lo meramente cotidiano, sino en lo más íntimo (…) Se trata de lo que es auténticamente el hombre en cuestión, por su creación y vocación, y por tanto, también de lo que ha de llegar a ser en el transcurso de la realización de sí mismo (p. 312).

El hombre puede andar perdido en el mundo, buscando su libertad en las criaturas que en realidad le esclavizan, buscando su libertad en cosas materiales que no pueden hacerle libre. Pero a través de la contemplación de la obra de arte, de la belleza, puede emprender un camino que le lleve a la verdad, a la bondad, que le ayude a descender a lo más profundo de su corazón y ahí encontrarse con Dios.

Una obra de arte tiene la capacidad de situarnos frente a la verdad, remover nuestros sentidos e influir en nuestro inconsciente. De esta manera sus efectos resultan sumamente potentes. Guardini (2006) refuerza de manera especial esta cuestión del inconsciente cuando se refiere al efecto de una poesía: “El oído consciente oye solo aquello, y se siente iluminado, elevado, gozoso; pero el inconsciente percibe la sabiduría primitiva, y se siente reforzado por la lucha jamás concluida contra el caos” (p. 318). Esto es de gran importancia porque el ser humano es fruto de su historia, a lo largo de su vida se van consolidando en el inconsciente muchas experiencias que pueden ser positivas, aunque en algunas ocasiones son negativas y son fuente de pecado. ¿Cómo salir de ellas? Precisamente descendiendo a ese inconsciente y sembrando el amor, la verdad, la justicia, la esperanza, la belleza.

Y así como una obra de arte influye en el inconsciente, también es importante reconocer que el inconsciente se refleja en la obra de arte. Esta doble vía es señalada por Guardini (2006):

El acto de intuición y representación del artista ha llevado el ser a una expresión más plena. Lo interior está también «fuera», es presencia y puede verse; lo exterior ahora está también «dentro», se siente y se percibe y puede asumirse en la propia experiencia. (p. 322)

También Ratzinger (2018), por ejemplo, resalta que el arte puede reflejar tanto lo que hay en el interior de la persona, como en el exterior, en la sociedad. En este sentido, compara las composiciones sobre la Pasión de Johann Sebastian Bach, en las cuales no se habla de la Resurrección, sin embargo “en su pura dignidad viven de la certeza del día de la Pascua” (p. 11), frente a la Pasión del compositor polaco Krystof Penderecki, en la cual:

ha desaparecido la intacta calma de una comunidad de creyentes que vive siempre la Pascua; en su lugar se oye el grito atormentado de los perseguidos de Auschwitz; el cinismo, las brutales voces de mando de los amos de ese infierno; los forzados e interesados lloros de los seguidores pasivos, que de ese modo tratan de hurtarse el reconocimiento de que no han hecho nada para evitar algo tan horrible; los latigazos del anónimo y ubicuo poder de las tinieblas; el gemido desesperanzado de los moribundos. (p. 11)

En este caso el artista polaco nos pone de frente ante la realidad de nuestro mundo, nos advierte de algo que quizás no podemos reconocer con facilidad o que deliberadamente hemos ignorado. Lógicamente, es muy difícil situarse frente a estas obras de arte y seguir indiferente.

Por otra parte, una obra de arte también tiene la capacidad de expresar la belleza, que es Dios, que es un ideal. De tal manera que los seres humanos podemos ver así nuestro horizonte, podemos pasar de la miseria que se encuentra en el corazón humano a la belleza que nos pueda representar un artista, que nos puede mostrar, como una guía, como un camino a seguir, saliendo así de la fealdad del pecado, del sufrimiento, del egoísmo, del individualismo, de la mentira.

Para Guardini (2006) la tragedia griega tenía especialmente esa capacidad de generar katharsis en la persona, de purificarla. “Al vivir la representación del destino trágico, su propio interior queda sacudido y purificado, y, en cierto sentido, se puede empezar una nueva vida” (Guardini, 2006, p. 323). Yo creo que hoy en día podemos encontrar muchos libros que nos lleven a esa katharsis, que penetren en nuestro interior, en nuestra afectividad y en nuestra inteligencia, removiendo nuestras entrañas y preparándonos para asumir nuevas actitudes. Es difícil, por ejemplo, que se pueda quedar indiferente ante la lectura de Archipiélago Gulag, la obra de Aleksandr Solzhenitsyn.

Cabe resaltar que, si la belleza tiene la capacidad de remover nuestro ser, de capacitarnos para la verdad y la bondad, cuando se une a la liturgia surge la mayor experiencia de apertura a Dios y, por tanto, de posibilidad de transformación personal. Guardini (2006) explica muy bien ese efecto que se logra de la unificación entre arte y liturgia:


En la cosa litúrgica -por ejemplo, el escalón, el cirio, el lienzo- y en la acción litúrgica -marchar, estar de pie, arrodillarse, mover las manos en diversos ademanes, de súplica o de ofrecimiento- aparecen las imágenes y contribuyen al efecto purificador, liberador, iluminador, que resulta de la liturgia. (pp. 316 – 317)


La liturgia viene a ser entonces un espacio, un momento, privilegiado para el encuentro con los sacramentos, con la belleza, con la verdad, con la bondad, con la esperanza. Viene a ser la oportunidad de descender a lo más profundo de la miseria humana, a la pequeñez y pobreza del hombre, a la media noche del corazón de la persona y de la sociedad, para entregar todo a Dios y que él lo transfigure, para que Él pueda hacer todo nuevo en cada persona y en la sociedad.

Ratzinger (2018) destaca que una obra de arte como lo es el Cristo crucificado, la cual está en el centro de la liturgia del Viernes Santo y que se le ha visto casi siempre como símbolo de consuelo y esperanza, también puede “hacer visible toda la seriedad de la tribulación del hombre, de la condición de estar perdido que caracteriza al hombre, del pecado del hombre” (pp. 15 – 16). Pero no se trata únicamente de hacer visible esa miseria, sino de mostrar que Cristo se encarga de acogerla. Esta imagen tan fuerte puede ser muy importante para ayudar a la persona a ver su propia miseria asumida por Cristo. Algo que ha sido representado de manera especial por pintor alemán Matthias Grünewald.


El retablo de Isenheim, de Matthias Grünewald, quizá la imagen de la cruz más impactante de toda la cristiandad, estaba en un convento de Antonianos, en el que se cuidaba a personas afectadas por las terribles epidemias que azotaron a Occidente en la Baja Edad Media. El crucificado está representado como una de esas personas, con todo su cuerpo llagado por el más oscuro tormento de aquella época: los bubones de la peste. (Ratzinger, 2018, p. 16)


Esta idea que nos va señalando Guardini (2006) es de gran importancia; en definitiva, se trata de descubrir la belleza como la obra de arte que nos pone en contacto con lo más profundo del ser humano y de esta manera nos mueve hacia Dios. Sin embargo, no todo lo que hoy en día se le denomina arte se mueve bajo esta definición. El arte contemporáneo, por ejemplo, incluye movimientos artísticos como el pop art o el minimalismo dentro de los cuales se encuentran muchas pinturas que dejan bastantes cuestionamientos respecto a su profundidad. Probablemente, estas pinturas en vez de acercarnos a Dios, a la verdad, solo reflejan el vacío del hombre moderno.

Un ejemplo muy concreto de esto lo presenta Ratzinger (2018), se trata del pintor ruso Marc Chagall. Ratzinger (2018) menciona que Chagall realizó varias pinturas del crucificado, pero al inicio creía que quien era signo de esperanza para su pueblo era Lenín, que la solución a los problemas de su sociedad era la revolución. Y esto lo reflejó en un cuadro titulado Revolución, de 1937 (pp. 18 – 19).



Lógicamente este cuadro no corresponde con la idea de belleza que nos plantea Guardini (2006). Un cuadro como este no nos puede acercar a la verdad. De hecho, el mismo Chagall, como lo señala Ratzinger (2018), cambia su perspectiva de la esperanza, de la vida, de la realidad social, pues termina destruyendo este cuadro para luego recrear un tríptico similar en el que es Cristo realmente la esperanza del mundo (Ratzinger, 2018, pp. 18 – 19).En este caso el título es La crucifixión blanca, de 1938.

De tal manera que verdadera obra de arte sí tiene la capacidad de conducir a quien la contempla a la verdad, a la bondad, a la fe, la esperanza y la caridad. La verdadera obra de arte “pone en un determinado movimiento la interioridad del contemplador: la purifica, la ordena y la aclara”.

En conclusión, vivimos en un mundo en el que la modernidad se nos ha presentado como el paraíso, como la verdadera solución a todos los problemas, pero que sí se analiza un poco se puede descubrir la mentira de este planteamiento. En vez de eso, la verdadera obra de arte, la belleza, tienen la capacidad de conducir a la persona hacia la verdad, la fe, la esperanza, la caridad, en definitiva, hacia Dios y desde Él hacia una actitud de amor con la cual hacer un mundo nuevo.



Referencias

Benedicto XVI (30 de noviembre de 2007). Carta Encíclica Spe Salvi. En línea: https://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/encyclicals/documents/hf_ben-xvi_enc_20071130_spe-salvi.html

De Lubac, H. (2009). El drama del humanismo ateo. Madrid: Encuentro.

Guardini, R. (2006). Sobre la esencia de la obra de arte, en Romano Guardini, Obras selectas. Madrid: Cristiandad.

Heidegger, M. (2004). ¿Para qué poetas? Unam.

Ratzinger, J. (2018). Liberar la libertad, fe y política en el tercer milenio. Biblioteca de Autores Cristianos.




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