Siempre me he preguntado por qué se ha construido el concepto de feminismo como antónimo a un problema tan horrible como el machismo. Y hace poco una feminista me daba esta respuesta: como el machismo ha sido un ataque frontal, el feminismo también tiene que ser una forma de ataque, en algunos momentos hasta agresivo, violento, para contrarrestar ese problema. No tiene nada que ver con el cristianismo, lógicamente: eso de poner la otra mejilla, del perdón, de la reconciliación, del amor, no encaja en esa respuesta.
Sin embargo, en la sociedad existimos personas que creemos que los problemas se pueden arreglar generalmente sin violencia. Hay muchas experiencias de transformación social desde la paz. En África las mujeres nos han dado cátedra sobre construcción de paz.
No se pueden negar los problemas del machismo. No se puede negar el dolor de una mujer maltratada por su esposo que se siente con el derecho a golpearla como se le da la gana. No se pueden negar tantas formas de machismo y de violencia contra la mujer imbricadas en el tejido social. Un ejemplo: “Mi enojo contra el machismo comenzó en esos años de la infancia al ver a mi madre y a las empleadas de la casa como víctimas, subordinadas, sin recursos y sin voz, la primera por haber desafiado las convenciones y las otras por ser pobres”[1]. Esa subordinación, que no se da exclusivamente en las mujeres, duele. Pero, en ese fragmento de Isabel Allende se evidencia lo que motiva muchas veces el feminismo: el enojo.
Hay una autora nicaragüense, Gioconda Belli, que escribió un poema llamado Y Dios me hizo mujer. Considero que ese poema evidencia un punto de equilibrio, un camino.
A Gioconda Belli se la reconoce como una escritora revolucionaria. Estos simples datos: ser mujer, escritora y nicaragüense, la definen bastante. Ella misma lo destaca en su biografía: “Dos cosas que yo no decidí decidieron mi vida: el país donde nací y el sexo con que vine al mundo” (Belli, 2001, p. 5). Al inicio de esta biografía destaca que cuando su mamá estaba a punto de dar a luz estaba en un estadio participando de un partido de béisbol y resalta que tal vez el calor de las multitudes fue su destino. Los hombres, la efervescencia del momento, incidieron en su actitud frente al mundo, en su deseo de tener los mismos derechos que los hombres, en el trabajo para liberar a su país de la dictadura.
El libro Sobre la grama de Gioconda Belli de 1972, publicado en 1974, contiene el poema Y Dios me hizo mujer, que constituye una reivindicación de la feminidad sin rayar en la violencia. Lo caracteriza una búsqueda muy importante: el ser mujer.
Hoy en día es realmente importante hacer esa búsqueda del ser mujer, y del ser hombre. ¿Qué es ser mujer? ¿Qué es ser hombre? Una pregunta por el ser que ha estado presente en toda la historia de la humanidad pero que actualmente se quiere abandonar. Y creo que esto vale la pena hacerlo hoy en día cuando se quiere confundir el ser hombre con el ser mujer. Hombre es hombre, mujer es mujer. Ninguno de los dos es más importante que el otro, ambos tienen la misma dignidad, pero son distintos.
Estructuralmente, el poema Y Dios me hizo mujer, presenta unos rasgos muy particulares. Llama la atención que la métrica de los versos está dispuesta para que el poema parezca contener las características descritas en el poema. Las curvas, pliegues y suaves hondonadas del cuerpo también se van describiendo en la forma del poema.
El vocabulario también es interesante, muy bien escogido. La prosopografía incluye algunos adjetivos, adverbios y sustantivos muy sugerentes: suaves, delicadamente, cuidado, suavemente, orgullosa. Entonces, la mirada que plantea la autora de la forma en que Dios la creó es muy positiva. Desde su perspectiva este cuerpo fue creado con suavidad, delicadeza, cuidado. Termina resaltando que de todo lo que la hace mujer se siente orgullosa.
Igualmente, la metáfora del vientre de la mujer como taller de seres humanos es muy apropiada y necesaria en la actualidad. De forma natural, en sintonía con la reflexión sobre la Creación, la autora plantea la construcción de un espacio en el cual se crea a los seres humanos, un espacio en el que se construye la vida. En últimas, es una mirada y una valoración ontológica de la autora sin necesidad de entrar en ataques y reflexiones cargadas de odio, como es tan común hoy en día.
Por otra parte, hay que contemplar un análisis de este poema desde una perspectiva religiosa. Esto es lógico si tenemos en cuenta todo lo que significa el poema, todo lo que implican tantas alusiones a la religión. Desde el título ya hay una implicación en este sentido, no solo porque lleve la palabra Dios, sino porque comienza con la conjunción “y”. La interpretación de la Biblia en la que se incluye este poema es clara. No es una postura violenta, no busca atacar la Biblia o la religión desde el odio, por el contrario, reconoce la importancia de Dios como Creador del hombre y de la mujer.
El último verso también tiene un interesante sentido espiritual: “y bendigo mi sexo”. Una especie de afirmación, de reivindicación del sexo femenino, que incluye esa perspectiva religiosa.
En definitiva, Gioconda Belli plantea en este poema de manera magistral, integrando estructura externa e interna, una visión de la creación de la mujer que exalta los rasgos de la feminidad, del cuerpo femenino, del ser femenino. Así reivindica a nivel social, religioso y personal el valor de ser mujer. Es muy bueno reflexionar y plantear ideas acerca de la mujer, pues está claro que históricamente las mujeres se han visto relegadas, discriminadas, etc. Pero es importante hacerlo desde el respeto, la tolerancia, sin odios y violencias, como lo hace Gioconda Belli en este texto. Además, usar el arte para este objetivo es algo fundamental, pues el arte tiene la capacidad de llegar a lo más hondo de la persona, del espíritu, a la vez que prevalecer en el tiempo y en el espacio.
[1] Allende, I. (2022). Mujeres del alma mía. Plaza Janés.