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CAMINO
ALTERNO

  • Foto del escritorFernando Vega

Josué

Actualizado: 10 feb 2023

Josué tiene nueve años. Carga con su balón blanco para todas partes. Le encanta el fútbol. Los niños siempre tienen esperanza, siempre tienen sueños. Josué quiere ser futbolista. Es bastante tímido para conversar, se siente mejor jugando con el balón. Hace un año que viajó con su madre y sus cuatro hermanos de Venezuela a Ecuador. En su ciudad natal, Valencia, estaba acostumbrado al calor. Ahora ya está acostumbrado al frío, el poco calor que hace en el puente lo agobia. Sus mejillas se le ponen rojas. Su hermana mayor le dice: “pareciera que se hubiera echado rubor”.

Llegaron a medio día al Puente y, aunque Ipiales suele ser muy frío, el calor de la una de la tarde es realmente sofocante. Tienen que esperar una hora mientras se les gestiona una ayuda humanitaria. Los minutos les parecen eternos. Para ayudarlos les damos sopas de letras y laberintos. No los quieren recibir porque solo las niñas, de 11 y 16 años, saben leer. Les da vergüenza. Con un poco de esfuerzo logramos que las reciban y les enseñamos a resolverlos.


Mientras ellos juegan y dibujan los demás vamos a ayudar con las maletas. Una maleta de ruedas grande, un morral de espalda gigante, un morral rojo mediano, otro morral azul mediano, una bolsa grande y una lona de metro y medio que solo pueden levantar dos adultos. Cuando llegamos con las maletas, Josué, aunque no ayudó, se acuesta sobre la lona grande. Está cansado.

Vale la pena, en este momento, recordar unas palabras del papa Francisco: “Cada vez que un niño es abandonado y un anciano marginado, se realiza no sólo un acto de injusticia, sino que se ratifica también el fracaso de esa sociedad”[1]. Se supone que hemos evolucionado bastante, que la tecnología en la actualidad es la corona del poder del ser humano. Y, sin embargo, abandonamos a los niños y a los ancianos.

Geraldine, la madre de Josué, se sienta a esperar. Su cara lo dice todo. Recuesta su rostro sobre su mano, intenta transmitir una sonrisa, pero su mirada cabizbaja es dura. Cualquiera preferiría no verla: no es fácil acoger tanto dolor. Salió de Venezuela porque estaba cansada del maltrato de su esposo. Los gritos y los golpes eran muy frecuentes.

Y en Ecuador, con cinco hijos, ¿qué podía hacer? Se dedicó a la prostitución. Pasaron noches de miseria mezclada con la fuerza, el aliento, que le inspiraban sus hijos. Nunca quiso trabajar allí. Las condiciones eran las peores. Lo que le pagaban apenas alcanzaba para sobrevivir. Hasta que se cansó. Ahora vuelve a Venezuela. No tiene otra alternativa.

Josué se le acerca y empieza a abrazarla. Él sí le saca una sonrisa de felicidad desde lo más hondo de su existencia. La sonrisa del amor que es más fuerte que el miedo, que el dolor, que la mentira, que la soledad, que el descarte, que la tecnología. La sonrisa de la esperanza, de saber que hoy están pasando por un momento difícil, pero que no será siempre así y que los sueños de sus hijos se pueden hacer realidad.

[1] Discurso del Papa Francisco a los participantes en la plenaria del Consejo pontificio para la familia. Viernes 25 de octubre de 2013.

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