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CAMINO
ALTERNO

  • Foto del escritorFernando Vega

Entre hilos de esperanza: El viaje de Lily



Iniciar una nueva vida

En medio de las montañas que custodian la frontera entre Colombia y Ecuador, las calles adoquinadas de Ipiales se llenan de colores y voces que relatan historias de lucha y determinación de tantas personas que han estado expuestas a retos y obstáculos muy grandes en su vida. Entre estas historias resplandece la de Lily, una mujer valiente que cruzó fronteras hasta llegar a este territorio a empezar una vida nueva.

Lily, con su determinación como hilo conductor, emigró desde el Estado Falcón en Venezuela, dejando atrás las playas que aún sueña con volver a pisar.

“Me vine de Venezuela por la situación política y económica. El ambiente allá era muy complicado. Estaban matando a todas las personas que salían a protestar. Y a mí no me quisieron dar más trabajo simplemente porque no quise apoyar al gobierno con mi voto. Fui agredida, mi familia fue agredida y amenazada de muerte. Allá el sistema sabe si votas o no votas. Tienes que darle el voto al gobierno obligatoriamente”.

Al llegar a Ipiales, comenzó trabajando en el campo, un terreno desconocido que labró con esfuerzo y dedicación. Fue en ese trabajo donde sembró las semillas de su superación, aprendiendo que cada desafío es una oportunidad de crecimiento.

Una de las principales alegrías de Lily después de su travesía llegó en la fábrica Colventex que, con sus máquinas zumbantes y telas en constante transformación, se convirtió en su refugio y lugar de superación. En medio de las bobinas de hilos que se entrelazan, Lily y sus compañeras comparten más que tareas; comparten historias de sus países de origen, de sueños por cumplir y de esperanzas tejidas con cada puntada.

Colventex es más que una fábrica, es una obra social que ha tejido una red de apoyo para mujeres migrantes, colombianas víctimas del conflicto armado e indígenas. Aquí, las diferencias se desvanecen ante la fraternidad que fluye como un hilo constante. En cada corte preciso y en cada dobladillo cuidadosamente planchado, se entreteje un sentido de comunidad que trasciende las fronteras nacionales y culturales.

La vida antes de emigrar

“Yo soy de Punto Fijo, estado Falcón, una ciudad petrolera, costera, cerca de las islas de Aruba y Curazao. Allá somos muy pachangueros, muy rumberos. Los fines de semana compartimos en familia y con los vecinos; haces un sancocho en la casa y todos se ponen a jugar dominó o barajas. Hay esa unión fraternal y familiar que hoy en día cuesta tanto en muchos sitios. También compartimos los fines de semana en la playa, con los chicos, con los vecinos.

Punto fijo tiene muchas playas espectaculares, por ejemplo está la playa de Adicora, El Supí, Villa Marina, Playa Buchuaco. Y allá hay toda una cultura de la pesca.

Antes era una zona visitada por muchos turistas nacionales e internacionales. Pero ahora es una especie de pueblo fantasma. Todo se maneja en dólares pero el sueldo te lo pagan en soberanos. Entonces ganas poco y para comprar todo es caro. Así que muchas personas de allá hemos tenido que emigrar.

Mi vida en Punto Fijo era muy normal. Mi mamá es del campo, ella tiene una casa en un pueblito que se llama San José de Cocodite. Allí se cultiva la sábila, el cucuy; que es como una mata que da un aguardiente típico venezolano. Las pencas se cocinan en un horno dentro de la tierra, se añeja, y de ahí sale ese aguardiente. Allí también se da la pira o tapirama, que viene siendo el frijol blanco. También se cosecha la auyama, que aquí lo llaman zapallo, y el maíz.

Allá se hacen arepas de maíz, arepas peladas, que son de maíz seco. Lo cocinan con cal y lo muelen manualmente, de ahí sacan la masa para hacer unas arepas en leña que se llaman arepa pelada. Se comen con suero, con queso.

En realidad yo nací como tal en Mérida. Allá se comen las arepas andinas, de harina de trigo, son arepas dulces que se comen con aguapanela. Siendo niña fue que me llevaron a vivir a Punto Fijo.

En Mérida viví con mis papás. Mi papá es colombiano, es chef. Yo estudié mi primaria en Mérida, en un colegio de monjas. Cuando yo tenía como ocho años mis papás se separaron. Mi mamá se fue a Punto Fijo con mis abuelos. Entonces mi hermana y yo tuvimos que pasar esa época del divorcio. Por parte de papá solo somos dos hermanas, y por parte de mamá tengo un hermano. Allí mis abuelos maternos y mis tíos crían chivos, ovejos, vacas. Más que todo mi abuelo. De eso viven.

Yo viví en Punto Fijo, en la ciudad, a partir de los 17 años. A los 18 salí embarazada de mi primer hijo. Y viví esa época dura de la vida sola”.

Colventex

En medio de la creciente crisis migratoria que ha afectado a Colombia y la región, Colventex ha surgido como un faro de esperanza. En lugar de solamente proporcionar asistencia material y humanitaria, esta iniciativa se ha centrado en empoderar a las mujeres vulnerables que componen su fuerza laboral. Esta respuesta no solo se enfoca en aliviar las necesidades inmediatas de personas vulnerables, sino que también se esfuerza por abordar las razones subyacentes de su migración, proporcionando un camino hacia la autodeterminación y la independencia económica.

La respuesta de Colventex destaca la importancia de la sostenibilidad a largo plazo. En lugar de depender de la asistencia perpetua, esta iniciativa se basa en la idea de que las personas pueden y deben ser autosuficientes. La fabricación de textiles es una industria en crecimiento, y al proporcionar empleo y habilidades, Colventex da a las mujeres migrantes, víctimas del conflicto armado, campesinas e indígenas, la capacidad de mejorar su situación económica y brindar un futuro más prometedor a sus familias.

El nombre "Colventex" no solo se compone de sílabas; encarna la unión de países y almas. Colombia, Venezuela y textiles se fusionan en una danza de colores y texturas. A medida que las máquinas trabajan en armonía, Lily y sus compañeras también crean su propia sinfonía de unidad, superando los estereotipos y prejuicios que podrían haberles impedido unirse.

Andrea Mora, compañera de Lily en la fábrica, destaca que: “el compartir con Lily ha sido chévere. Yo no había tenido la oportunidad de compartir con personas venezolanas. Lastimosamente por culpa de algunas personas que se comportan mal pagan todos, y uno se hace esa mala imagen, pero me doy cuenta de que no es así. La forma de ser de Lily es extrovertida, divertida, y hace que los momentos de estrés se conviertan en algo divertido”.

Lily, por su parte, reconoce el inmenso valor que tiene la fábrica para su vida: “Colventex me ha dado la oportunidad de aprender cosas totalmente nuevas para mí. Y también me ha permitido compartir con otras mujeres que son migrantes, así como con víctimas del conflicto colombiano, madres cabeza hogar, indígenas. Eso ha sido lo más bonito de hacer parte de este proceso porque conseguir trabajo en otro país normalmente es muy difícil”.

Otro aspecto fundamental de esta respuesta es la creación de una comunidad y un sentido de pertenencia. La solidaridad y el apoyo mutuo entre las mujeres que trabajan en Colventex fortalecen sus lazos y les brindan una red de seguridad emocional. Esto no solo ayuda en su proceso de adaptación y recuperación, sino que también contribuye a su bienestar psicológico y emocional.

Colventex no es simplemente una fábrica de textiles, es un símbolo de la esperanza y el empoderamiento en medio de la adversidad. Su enfoque integral, inclusivo y sostenible es un ejemplo valioso de cómo responder a la crisis migratoria de una manera que no solo alivia las dificultades inmediatas, sino que también aborde las causas subyacentes y cree oportunidades a largo plazo. Es un testimonio de la resiliencia de las personas desplazadas y un recordatorio de la importancia de la dignidad, el empoderamiento y la solidaridad en tiempos de crisis.

La fábrica está ubicada en las instalaciones de un colegio, en Ipiales. En esta ciudad fronteriza, a la que llegan cientos de personas migrantes a diario. Se está apostando por una iniciativa llena de esperanza, de creatividad, de compartir desde la amistad. Una iniciativa que entreteje los sueños de varias mujeres para las cuales la vida no ha sido nada fácil.

Las instalaciones de Colventex, esta fábrica de telas, de sueños y de nuevas mentalidades, se encuentran en la Institución Educativa Seminario; a la entrada se encuentra una pequeña sala de recepción y al lado está la habitación en la cual se inicia el proceso de confección; allí se reciben las telas y demás materiales para elaborar las prendas. Luego hay un pasillo largo que lleva a otra habitación un poco más amplia, en la cual se ubica una mesa para organizar telas, cortar, planchar… En el amplio salón contiguo a esta habitación trabajan la mayoría de las mujeres que están en la fábrica. Dos largas filas de mujeres laboriosas operando sus máquinas, telas que se mueven de un lado a otro, el sonido de cada máquina y una fuerte luz blanca, caracterizan este espacio.

Lily se mueve por todas partes en la fábrica, realizando tareas logísticas o cualquier actividad que haga falta para el desarrollo adecuado de la producción. A sus 37 años Lily es madre soltera y la mayoría de su familia vive en Venezuela. En Ipiales solo vive con sus 5 hijos: el mayor que tiene 20 años; se llama Jairo. Daniel, de 18 años. Williannys, de 15. José y Jesús de 6 y de 4.

La historia de Lily está tejida con colores de sacrificio y resiliencia. Con cinco hijos en su corazón y en su mente, su labor en Colventex va más allá de las prendas que crea; está tejiendo un futuro mejor para ellos. A pesar de las dificultades, ella ha abrazado su nueva vida con valentía y alegría, adaptándose a la cultura, a la gastronomía y a las oportunidades que se le han presentado.

“Me costó acostumbrarme a comer papas, ya que en la costa, de donde yo soy, no se come tanta papa. Allá se acostumbra a comer pescado frito, chivo, ovejo asado. Y la primera vez que comí cuy pensé que no me iba a gustar, pero tiene un sabor un poco parecido al del conejo y en Punto Fijo también se come conejo. Sí me pareció un cambio drástico, pero me tocó acostumbrarme. Me costó dejar el plátano, la arepa, la yuca, pero no me negué a la posibilidad de adaptarme a esta cultura”.

Aunque la maquinaria de la fábrica nunca se detiene, es la maquinaria de los sueños la que impulsa la vida de Lily. En este sentido, recientemente dio un paso hacia adelante al comenzar a estudiar en la Institución Educativa Centro de Capacitación Integral, de la Pastoral Social, un nuevo proyecto en el trasegar de su vida que simboliza su deseo constante de superarse.

Este colegio es otra pieza clave en ese intento de construir, para los migrantes y para las personas vulnerables, un cambio de mentalidad, un fortalecimiento de la dignidad personal, de darle voz a los que no tienen voz, de que cada ser humano pueda construir su propio futuro.

El sol cae sobre las montañas de Ipiales, tejiendo sombras doradas en las calles que Lily camina cada día. Con cada paso, ella demuestra que la migración no es solo una travesía física, sino una historia de hilos entrelazados que forman el tejido de una vida llena de sueños y esperanza.

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